El optimismo no tiene sexo. Igual que el pesimismo. Da igual que seas hombre o mujer, ambas son actitudes ante la vida que se toman de forma voluntaria, con más facilidad para una que para otra, dependiendo de nuestro carácter y biología. Pero en ambos casos, la magnitud es fundamental, sobre todo en el optimismo. El pesimista, aunque lo sea poco, suele tener un efecto muy desfavorable en la vida del que lo ejerce y en su entorno, como poco resulta muy pesado. Sin embargo el optimista, si lo es en su justa medida, en modo inteligente, se convierte en una bendición, algo mágico, el mejor modo de tejer una vida feliz. La diferencia entre optimismo inteligente y optimismo ilusorio está en la desmesura, donde el segundo aparece cuando la gente se empeña en encontrar lo positivo en situaciones donde no hay ni una atisbo, en negarse a aceptar “temporalmente” el sufrimiento, la derrota, la tragedia y el dolor, todo ello parte de la vida, en agitar en exceso y hasta la explosión una auto-motivación irreflexiva provocando el pánico en su entorno. Normal, ya que este optimista ilusorio acepta de forma tan entusiasta toda adversidad, que para qué va a cambiar nada, si todo está genial, ¡viva la Pepa! ¡Viva el conformismo ñoño!, el peor. Una de las cosas que debe ríamos saber y aceptar es que todas las emociones son positivas y necesarias, el miedo, la tristeza o la rabia son indispensables para nuestra supervivencia y para valorar las situaciones, ponerse manos a la obra del cambio y apreciar los buenos momentos. El optimista inteligente no piensa, como Pangloss personaje de Voltaire, que vivimos en el mejor de los mundos posibles, sino que los humanos somos capaces de construir un mundo mejor para vivir, y se pone a ello.